jueves, 21 de octubre de 2010

LA RED SOCIAL

Director: David Fincher
Intérpretes: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake
Web: http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/socialnetwork_site/



En 1857, el político y orador Frederick Douglass escribía: “Los “Self-made men” (Hombres hechos a sí mismos) […] son los hombres que deben poco o nada a su lugar de nacimiento, sus relaciones, sus amistades; ni a herencias o medios para educarse. Ellos son quien son, sin el empuje de las condiciones favorables en las que otros hombres normalmente avanzan y consiguen grandes resultados”. Cuarenta años después, Edwin Arlington Robinson publicó el poema “Richard Cory”, en el que se (de)mostraba la madurez del arquetipo de Douglass. Aún en su vida de superación, aún en su vida de reconocimiento público, aún en su vida de riquezas, su Richard Cory, su “self made man”, acababa pegándose un tiro en la cabeza. Lo que ocurre entre el niño que albergaba ilusiones de gachas y harina y el triunfador que otorga indulgencias al botones, centra una de las temáticas predilectas del cine norteamericano. Ahí convive la ficción de Charles Forster Kane, contrachapada al magnate William Randolph Hearst, con otras limítrofes como el minero Daniel Plainview que Daniel Day Lewis ejecutó con talento desbordado en la magistral “Pozos de ambición”(Paul Thomas Anderson, 2007).

Parecía extraño que David Fincher, un explorador de los vacíos flexibles del éxito postmoderno en “El club de la lucha”, no se hubiese entrometido todavía en uno de los referentes del “american dream” para, con su saña habitual, desmontarlo. Pero parecía más extraña su asociación con el guionista Aaron Sorkin (“El ala oeste de la Casa Blanca”) al empantanarse juntos en este cometido a través del postadolescente Mark Zuckerberg, el fundador (¿solo o en compañía de otros?) de Facebook. No se engañen: poco importa el concepto Facebook en “La red social” si no es con la intención de dibujar los claros (su visión, su ambición, su inteligencia “entusiasmal”) del protagonista. Como hiciera Welles con su ciudadano K., construye Fincher la historia de este “self made man” mediante un puzle rocoso, literario, desafiante, que se nutre de “flashbacks” con el objetivo de plantear(nos) e intuir(nos), no concluir(nos), los vericuetos del sórdido ascenso de este chaval de veintipocos años a la cima. El personaje que Sorkin le ha regalado a Jesse Eisenberg, uno de los actores imprescindibles de la post-comedia hollywoodiense, cimienta a un icono neonato del cine norteamericano, aunque, paradójicamente (y por mucho 2.0. que haya por medio) éste no tenga nada de nuevo. En su hierática condición de observante y conspirador, el Zuckerberg de Fincher dedica el metraje a estructurar líneas de código que canibalizan a todo aquel que no ejecute su lógica de comandos, a todo aquel que se deje llevar por las contingencias imbéciles (amistad, sexo, confianza) del ser humano.

Es “La red social” el gran intento de Fincher de derribar (¿acaso se dedican a diferente menester los grandes creadores?) una ilusión esencial, en este caso la del mito fundacional estadounidense del “hombre hecho a sí mismo” que propagaron Douglass y alrededores. Según el político del XIX, la meta que explicaba el éxito de estos humanos era la consecución de los retos diarios, honestos, que el propio triunfador planeaba, imagen literaria nos toca, justo al erguirse de la cama. Desde la primera (y, en su contención verborreica, extraordinaria) escena, el “Rosebud” de Zuckerberg es, mimetizando al trineo de Kane, un algo tangible, inmerso en la vida, por consiguiente, un algo alejado de cualquier motivación metafísica; a quien ansía impresionar el chaval (quien lo probó, lo sabe) es a una moza que le dijo “no”. A lo largo del filme, y quizá en el único atisbo de la humanidad titubeante del protagonista (ni siquiera se nos esboza su familia), todo (Facebook, el dinero, el éxito, las fiestas) remite a esa chica que no aceptó compartir, daños colaterales de la realidad, los algoritmos de la existencia del futuro magnate.

Con “La red social” y su actualización inquietante y desoladora del arquetipo del “hombre hecho a sí mismo”, David Fincher rueda la cuarta obra maestra de su filmografía (añadiéndose a “El club de la lucha”, “Zodiac” y “El curioso caso de Benjamin Button”). El impresionante trabajo de edición de Kirk Baxter y Angus Wall, unido a la comprensión extrema del texto que prueba la BSO de Trent Reznor (Nine Inch Nails), complementan la multitud de justificaciones por las que semejante calificación, hoy tan manida, se le debería otorgar sin ningún pudor. Nunca se ha coronado a un “self made man”, a ese “new” Zuckerberg del epílogo, de forma tan comprimida, tan amarga, como con la de esa sentencia terrible (“piensa en ellos como en una multa de tráfico”), compuesta por unas palabras que engloban antiguas amistades y convivencias, significada por un epitafio que entierra definitivamente un pretérito.

Aún concluyendo que su red social jamás hubiese cuajado si su impulsor no hubiese conspirado (así se decide en “primera división”, nos recuerda el Maquiavelo de Timberlake) para eliminar “lastres”, Fincher cierra su mirada al creador de Facebook con el irónico y revelador “Chico, ya eres rico” de los Beatles: “¿Qué se siente al pertenecer a la gente guapa?/ ahora que sabes quién eres/ ¿quién quieres llegar a ser?”. Fuera de la sala; bombardeando la cabeza de referencias (esto provocan las chicas guapas y las obras maestras); clickando el Zuckerberg de Fincher en bucle, casi un lamento 2.0., una petición de amistad en Facebook; uno recuerda al genial Randy Newman cuando cantaba eso de “joder, vaya si se está solo en la cima”.

Postdata del jueves 21 de octubre de 2010:
Crítica de Jorge Luis Borges a "Ciudadano Kane" (Revista Sur nº83, agosto de 1941)
"(...) El tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto. El procedimiento es el de Joseph Conrad en Chance (1914) y el del hermoso film The Power and the Glory: la rapsodia de escenas heterogéneas, sin orden cronológico. Abrumadoramente, infinitamente, Orson Welles exhibe fragmentos de la vida del hombre Charles Foster Kane y nos invita a combinarlos y a reconstruirlo.(...)"

1 comentario:

eduardoritos dijo...

Bueno, pues entonces han calcado el capítulo del ex-compañero millonario de Marge Simpson.