martes, 15 de febrero de 2011

DESDE LA GALA DE LOS GOYA

Los Goya

 Alex De La Iglesia, charlando con nosotros

Por mucho que en esta edición parezca que se ha montado el lío padre, Jimmy Jump incluido, en los Goya siempre hay batallas. Hay batallas en el público que espera a las celebrities, hay batallas al buscar(se) un sitio entre las decenas de policías que cercan el Teatro Real, y hay batallas al apropiarse de un recodo entre la marea de fotógrafos.

The carpa

Porque en la inmensa carpa de 25 aniversario que la Academia ha colocado en la plaza de Oriente comienza la gran pelea de estos premios, la de los actores que quieren salir en la foto y la de los fotógrafos que solo quieren a algunos (vamos, a Bardem) actores en sus fotos. Se demuestra en el “photocall” que pervive una generación de histriones, inquilinos de un cine español que nunca volverá, Sancho Gracia (que ya se cabrea en su entrada), Terele Pávez, Massiel y Juan Luis Galiardo; y que también hay un relevo nacido en la televisión y de inquietante asepsia (Mario Casas, Dafne Fernández).

 Areces, a lo suyo

Tosar

Asusta lo que se encuentran dentro, recién salidos de un Audi, a esa turba de fotógrafos que multiplican sus caras, diafragma más abierto, enfoque adecuado, flash, flash, flash, y les exploran las imperfecciones desde sus pantallas LCD. “Ésta la vendo fijo”, me dice un compañero fotógrafo mientras enseña un posado de Belén Rueda, tan sonriente e imposible como siempre.

Emilio Aragorn

Mario Casas

La que tendrá buenos postores será la foto Alex-Ángeles, casi una pareja en segundas nupcias ambos, agarraicos de la mano, simulando frenesí. Casi uno echa de menos al inhóspito Palacio de Congresos al sufrir la que se ha montado a las puertas del Real: humanos con la careta del ¿héroe? de “V de Vendetta” gritan, me gritan, al entrar que “ya saben los ganadores” y que “Internet es libre” y que “Sinde es una sinvergüenza”.


 No sé, esto me parece muy lejos de la bandera de Wikileaks que muestra Assumpta Serna, algo bobalicona ella; bueno, que está frío y uno prefiere entrar y ver cómo el público, hoy disfrazado de clase alta, se otorga a Jorge Drexler que hace gala de una elegancia, “adelante, por favor”, me (con)cede en un quicio, sobrehumana.

 Elena Anaya, as beautiful as always

Puigcorbé, su majestad

“Parece ser que a dimitir ahora lo llaman “hacerse un Alex De La Iglesia””, ironiza con nosotros el presidente de la Academia. Su militancia twitteriana, con los riesgos que componen ese mundo de 140 caracteres y su mono de instantes molones que compartir, le han empujado a esta situación: un limbo donde, como cineasta, no puede defender a la ley Sinde ni, como presidente, tampoco puede criticarla. Su discurso, leído con una contundencia “charlesbronsoniana” que le aleja de la pomposidad autista de la ministra, esquiva los charcos más peligrosos (derechos de autor, su relación con González-Sinde, modelo de negocio futuro del cine) y se centra en reforzar la unidad y su “be cool” con los internautas (eso sí, en su “Internet es la salvación del cine”, a De La Iglesia le falta el cómo); por tanto, auguro un reto realmente difícil para su sucesor: aunar las mentalidades e intereses de figuras (productores, distribuidores, directores, políticos) tan diferentes en una industria ya de por sí fragmentada y aún desconocedora de cómo gestionar en Internet sus contenidos para que sean rentables.

Abogadooo...

Bang!
 
Se nota, y en especial en la cara de Carolina Bang al perder su Goya, que la gala a la que asiste De La Iglesia no es en su papel de cineasta sino de presidente. Por eso, la falta de premios de “Balada triste” no suena a fracaso, sino a casi una confirmación de su irregularidad “clown”.

Balada, y tan triste, de trompeta

En su lugar, emerge una película comprometida, de pulso, y se premia con ella la carrera de un director con voz propia, agrietada por los años de producción independiente: Agustí Villaronga. Se le galardona a él, pero también se galardona a su obra, poblada de filmes indispensables (“Aro Tolbukhin”, “El mar” o “Tras el cristal”).

Manuela Velasco

Aceptando que hablamos de una ceremonia con excesivo número de premios, con intervenciones de agradecimiento demasiado largas en trofeos menores, reconcilia con los Goya una sensación de estar ante un espectáculo rodado y redondo (bendito Buenafuente) y de una justicia general para con (casi) todos los premiados: reconocida “La mosquitera” y derrotado “El discurso del rey” frente a la magistral “Un profeta” (además, Audiard y su maravillosa excentricidad estaban en la sala), el total hubiese quedado perfecto. Última entrega con Alex De La Iglesia y, cuando sales a la calle, permanecen en el “hall”, Goyas tras Goyas, las chiquillas con escote, riéndose, fascinadas por algún actor, negociantes dejándose notar, Andrés Pajares con cara de perdido y Massiel, ¿qué sería un sarao sin ella?, paseando entre sonrisas y bizarrismo.

The Pajares Family

Audiard, ese dios

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