sábado, 27 de marzo de 2010

EL ESCRITOR

Director: Roman Polanski
Intérpretes: Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Olivia Williams
Web: http://www.theghostwriter-movie.com/



Casi se empapan las películas de Polanski de una calma marciana y son pequeñas asperezas (un cadáver que se bambolea con las olas, unos ancianos con excesiva curiosidad) las encargadas de incubar una sensación perversa: adivinar cómo sus protagonistas son, en verdad, viajeros inocentes adentrándose en un mundo corrupto. Al igual que larvas ponzoñosas en este mal cuerpo nuestro (tal desasosiego produce celebrar la pureza para, más tarde, verla corromperse), habitan Rosemary en "La semilla del diablo" y Carol en "Repulsión"; unas diosas virginales (lo eran además sus encarnaciones, Catherine Deneuve y Mia Farrow) atraídas y preñadas (no necesariamente en este orden) por monstruos. Al mismo tiempo, la vida de Polanski ha recorrido, realidad y ficción tocándose, una travesía similar a la de sus personajes: ¿cómo, si no, se explica la aniquilación del arquetipo "flower power" (y su descendencia) en dos pantallas tangentes: la de los noticiarios y la del cine? En una, a manos de ese "break on trough" que había arrastrado a la familia Manson a un sitio demasiado lejano y, en la otra, a manos de un culto satánico con base en el edificio Dakota de Nueva York. El "pequeño polaco" (así le llama Gore Vidal) disfruta jugando con el espectador "voyeur" y demostrándole (moralismo polanskiano), al acompañarle en ese camino que va desde el deseo púber hasta la repugnancia, lo degenerado, lo "sucio" (con esa avidez desordenada come hígado crudo la nínfula Mia Farrow) de sus aficiones mironas. Y el trayecto se repite en diferentes destinos de su filmografía: la oscura París (cocaína, putas y ochenta) de "Frenético", la mansión del vampiro vírico en "El baile de los vampiros" o el escondrijo de lujo de un político en "El escritor".

Porque el laboratorio donde se corroe la inocencia, subterráneo al principio, Polanski lo sitúa en estancias teatrales, endogámicas. Incluso él, en "El quimérico inquilino", caminó por una comunidad de vecinos cerrada e incestuosa. En su nueva película, Ewan McGregor interpreta a un "ghost writer" (al español, un "negro", a la esencia, un "escritor fantasma") que transita las habitaciones y la memoria de una casa-cárcel para reescribir la biografía de un ex-presidente británico (Pierce Brosnan), acusado de torturar a presuntos terroristas en medio de una guerra ilegal. No duden: también el texto original, una novela de Robert Harris, refiere a Tony Blair. El biógrafo encubierto explora la mansión, metalizada e impermeable como el político, y el filme va desdoblando capas y capas que lo enlazan con una tradición de cine político olvidada (obligado, por tanto, recordar el monumental intento de Robert De Niro, "El buen pastor", sobre la CIA). Apoyado en un reparto árido (Brosnan consigue lo inesperado: matizar su papel), Polanski va materializando al ectoplasma/escritor mientras éste se empodrece en las miserias de otros, como el Dorian Grey de Oscar Wilde. Pero los fantasmas aparecen únicamente para revelar secretos y plantear dilemas a los vivos (ya lo sabían Dickens y Shakespeare). En el momento que un espectro se inmiscuye, éso era Ewan McGregor hasta bien mediado el metraje, renuncia a su condición y se torna mortal. Ahí el director marca su punto de no retorno y condena a un espectador “naif” al sufrimiento, al mandamiento polanskiano de que la verdad, por muy bella, inocente y seductora que se presente, conduce al horror.

Impagable en su retrato de una realidad negra, cínica y mezquina, "El escritor" refuerza la estrecha relación entre la historia del Polanski-hombre y la ficción que crea el Polanski-artista. Las pisadas de "El pianista" se perdían en el gueto de Varsovia de su infancia, los aquelarres malignos de "La semilla del diablo" invocaban al diablo de los Manson. Y, ahora, por pura coincidencia (la cinta estaba montada cuando ocurrió su incidente con la justicia suiza), se produce el paralelismo de su existencia actual (en arresto domiciliario) con la de su político enjaulado en el celuloide. Aunque el filósofo francés Bernard Henry-Levy haya cerrado los argumentos en su carta "A Roman Polanski" del pasado Noviembre, de justicia es apartarle del Adam Lang de Brosnan. Vale ya de admitir comparaciones del cineasta (como muchas voces enturbiadas han hecho y hacen todavía) con un criminal, con semejante miserable de impacto masivo.

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