lunes, 14 de enero de 2008

UN BLANCO RADIANTE

MADRID, REAL MADRID


Algunos de los malotes de la serie de 007

Menudo petate esta semana, compañeros. Fue ganar al Zaragoza y descubrir que, según algunos, al Madrid únicamente le está permitido conseguir puntos si se los “merece”. Por supuesto, este “se los merece” requiere un análisis profundo. ¿Cómo valoran eso de merecérselos? Pues, para estos agentes increpadores, el equipo blanco debe jugar bien, debe tener la posesión del balón más tiempo que el contrario, debe defender mejor que la selección alemana de Beckenbauer, debe hacernos olvidar que Casillas existe, debe tirar ochopocientasmil veces a puerta… y, encima, debe cortar el “prao” para dejarlo todo como estaba. Vaya majadería.

Cuando me sueltan estos discursos, adornados por minutos y minutos de agite de manos, movimientos convulsivos y tono de voz estridente, siempre me vienen a la cabeza los enemigos de James Bond. Menudo tipejo extraño este Galán, pensarán. Pues sí. Recuerden a ese pobre Dr. No (“Dr. No”), a Auric Goldfinger (“Goldfinger”) o a Ernst Stavro Blofeld (“Diamantes para la eternidad”) y lo entenderán. Años y años preparando planes maléficos, dejando de dormir muchas horas, sufriendo puteos varios de los proveedores de armas, abandonando a sus familias en casa, estructurando organizaciones devastadoras con sicarios inútiles… para que llegue 007 y, en dos horas, se lo jorobe todo. Qué frustración. ¿Saben ustedes lo que tardó Hugo Drax (“Moonraker”) en formar sus industrias para acabar con el mundo? ¿Y los disgustos que sufrió Max Zorin (“Panorama para matar”) mientras pensaba aniquilar Silicon Valley?

El Madrid se parece muchísimo a James Bond. Llega un equipo que lleva un montón de tiempo preparando el enfrentamiento, que dispone de mil oportunidades y que, al final, se lleva la nada. En dos o tres zarpazos de Van Nistelrooy y de Raúl, sus ilusiones se desvanecen. Me parece que los humanos cabreados con estas situaciones nunca llegarán a comprender a un equipo campeón. De la confianza de saberse vencedor (ésa que nunca tendrán, por ejemplo, el Zaragoza o el Deportivo) nace una forma de juego atemperada, que permite al rival explayarse tanto como los discursos rimbombantes de los enemigos de Bond. Obnubilados por una victoria aparentemente segura, los contrarios no ven que cada vez entran más en la telaraña madridista. Apoyado en ese juego de crear expectativas imposibles, poco más necesita nuestro equipo: dos o tres goles, dos o tres paradas y, sobre todo, llamarse Madrid, Real Madrid.

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