LA JUNGLA DE CRISTAL 4.0
Director: Len Wiseman
Intérpretes: Bruce Willis, Timothy Olyphant, Justin Long
Web: http://www.livefreeordiehard.com/
En los ochenta emerge, de la mano de Spielberg, su “Tiburón” y, sobre todo, su “E.T.”, el concepto de “blockbuster” (y, por tanto, todo el cine de masas actual). Cierto que siempre habían existido en Hollywood las grandes producciones, pero no es hasta ese momento cuando comienza a ser indivisible el “product placement”, los “screenings”, el “marketing” o el “merchandising” de casi cualquier filme estadounidense. Y de esa conjunción “económico-fílmica” nace todo un imaginario de héroes de acción ochenteros, diseñados especialmente para contentar al espectador: Axel Foley, Sonny Crockett, John Matrix, Martin Riggs… Sus actitudes, su filosofía y sus ideales dicen mucho más de la Norteamérica “reaganómica” que muchos libros de historia. Junto a ellos, en “La jungla de cristal, casi ya una película clásica, aparece otro de los grandes referentes del subgénero: John McClane (Bruce Willis). Descalzo, en camiseta sin mangas y soltando tacos, McClane es el triunfo del individualismo. Él solito arregla una situación de secuestro, elimina al pobre cabecilla y libera a su mujer. ¿Qué más se puede pedir? ¿Acaso no es ése el sueño americano? En el debut cinematográfico del policía, deudor de “El coloso en llamas”, John McTiernan mostraba cómo rodar en vertical, tirando incluso del Hitchcock de “Vértigo”, y Bruce Willis mostraba cómo ser más chulo que un tuno en un concierto “heavy”.
Pero “La jungla de cristal”, al igual que la Norteamérica de Reagan, es pretérito. “Y se acabó todo ya, chica triste”, cantaría Dylan. El encanto de esa primera vez (esto no tiene nada de doble sentido), se va perdiendo en las siguientes entregas y, finalmente, se entierra con la última, estrenada en España como “La jungla de cristal 4.0”. Parece claro el por qué. Aquello que tenía la película inicial de “naïf” y de inocente, aquello que tenía de ágil y de contenida, aquí desborda de efectos especiales, de chistes fáciles y de remanentes de las anteriores (compañero torpe, pareja de malvados, familia en apuros). Tampoco ayuda nada la enorme aglomeración de escenas de acción que se repiten una y otra vez en el metraje. Cierto que tiene un inicio potente (los hackers volatilizados) pero, más que superar situaciones con coherencia narrativa, Bruce Willis/McClane se dedica a pasar pantallas de videojuego: primero, lucha contra un escuadrón, después, contra un helicóptero, luego, contra...
Por último, el actor norteamericano no está para estos trotes. Aunque no lo aceptemos, la persona Bruce Willis es un paisano de 53 años. Por el contrario, el personaje Bruce Willis, gracias a sus saltos imposibles (de ordenador), a sus leñazos imposibles (de ordenador) y a su careto imposible (de cirugía), parece más joven que en el primer filme. No nos lo creemos. Si quieren ver una sucesión de explosiones y escenas “impresionantes”, pues vale: la cinta entretiene. Lo que no me puedo tragar, por mucho “tuning” y por mucha autorreferencia que utilicen todos los implicados, es que estemos viendo al mismo McClane aquel que gritaba “Yippe-ky-yay, hijo puta”. A ése, con todo su encanto de superviviente, sólo le podemos recuperar en DVD.
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