lunes, 17 de septiembre de 2007

UN BLANCO RADIANTE

ESTADIO BERNABEU
“Cuando era niño y conocí el estadio Azteca,/ me quedé duro, me aplastó ver al gigante,/ de grande me volvió a pasar lo mismo/ pero ya estaba duro mucho antes…”. La canción “Estadio Azteca”, habitual en el repertorio de Andrés Calamaro, describe la sensación de la entrada al conocido como Coloso de Santa Úrsula, hogar del equipo mejicano del América. El Santiago Bernabeu provoca la misma enfermedad. Tras atravesar puertas y puertas, escaleras de hormigón y vomitorios, señores fluorescentes y señoritas azules, aficionados blancos y niños coloreados, alcanzamos la iluminación. Y no es ni mucho menos la espiritual (“Erleuchtung”) o la racional (“Aufklärung”). Sencillamente, se trata de la iluminación de los focos, de los miles de focos, de los millones de focos, de los flashes, de los miles de flashes, de los millones de flashes y de los cantos, oé, oé, oé, del chiquillo sueña con rematar, y de la madre que le sujeta, de las radios que leen las alineaciones y de los 75.000 hinchas ensayando para gritar “¡goool!”. A ése que entra en el Bernabeu, aunque no vaya a ver el partido del siglo (hoy toca el Almería), le aplasta el gigante.
Al poco, salen los gladiadores y la multitud ansía ver a Raúl o a Guti, tan petardo como en la tele. Si nos tuviesen que hacer terapia, a los aficionados blancos nos diagnosticarían trastorno bipolar. El año pasado lanzábamos huevos a los jugadores, hoy sonreímos, nos rulamos las cervezas y hasta vemos con muy buenos ojos a Cannavaro. Mientras, sobre el campo, se hace cada vez más evidente Sjneider. La pide, se mueve, busca el espacio... Delante, un Almería solidísimo (marca Emery) pero con inocencia de debutante. Eso le impidió creerse que podía sacar algún punto. Casi lo único de los blancos, el golazo de Sjneider y la internada de Saviola, una tarjeta roja justísima, bastó para terminar con el equipo andaluz. Los merengues, al final, ganaron por nombres. La calidad que puede desarrollar el Almería a todo gas, no llega a la de un Madrid en casa y en zapatillas. Una pena por el empeño rojinegro.
Después de la ficción, tan zombies como decía Buñuel que salen los asistentes del cine, nos encontramos con la dura realidad. Un gol anulado incorrectamente igual a un robo, gritan los matemáticos azulgranas. Mejor olvidarse de los Fraggle Rock, ahora que viven debajo, y recordar al Santiago Bernabeu con otros versos, cantados de vez en cuando por Calamaro, “y aunque todo ya cambió/ sé que no te olvidaré./ Cuántas veces yo pensé en volver…”

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