Errol Flynn necesitaba del traje verde de “Robin de los bosques”. Los enanitos agitaban sus multicolores sombreros tras Blancanieves. Y “los diamantes son el mejor amigo de las chicas” si van cubiertas de rosa como Marilyn. Para destacar, todo el universo de la época dorada del Technicolor tenía que vestir tonalidades, matices… Deborah Kerr, no. Ella era el rojo del Technicolor. Lo fue en la irregular “Las minas del Rey Salomón” y en la imprescindible “El prisionero de Zenda”, ambas junto a Stewart Granger. Repitió experiencia en la bíblica, monumental y envejecida “Quo Vadis”. Finalmente, de la mano de una Jean Seberg freudiana, enterró ese esplendoroso sistema en el mismo ataúd que a la década de los cincuenta.
Aún así, sus papeles más importantes no necesitaban que la pantalla les destacase el color. “Tú y yo”, la promesa incierta con Cary Grant, modeló un género ya desaparecido. Pero también era capaz de destrozar, en “Vivir un gran amor”, los corazones de Van Johnson y Peter Cushing. Muy poco después, desencantada de Hollywood, se sirve de “La noche de la iguana”, de la deliciosa “Divorcio a la americana” y de “Los temerarios del aire” para preparar su matrimonio con Peter Viertel y su retiro en Marbella.
Termina de ser triste, o quizá gozoso, que el momento donde Kerr se fundió con el celuloide no muestre su maravilloso pelo rojo entrelazado al blanco y negro. Burt Lancaster la besa en una playa mientras se arremolinan entre la arena y el mar. Zinnemann les captura jóvenes, enamorados y culpables. De ahí, Deborah Kerr, a la eternidad.
2 comentarios:
¿El beso en la playa no era con Burt Lancaster? Por otro lado, a mí, Kerr me encantó en The Innocents...
Estoy como un burrro... esto pasa por no fijarse...
graciaaasss
arreglaoooo
P.D. merezco la lapidación
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