martes, 5 de febrero de 2008

DESDE LA GALA DE LOS GOYA

LANDISMO, GLAMOUR Y LLUVIA

«
Vamos, mama!». «¡Joé con la Mari!». Mi primera visión de la alfombra verde de los «Goya» es una señora que empuja a su señora madre hacia el mogollón. Llueve en Madrid y todavía son las seis de la tarde, pero los curiosos se apelotonan, con bocatas e hijas adolescentes, preparados para ver entrar a los famosos. Contrasta el glamour posterior con las camisas de gran almacén, las bolsas de plástico en la cabeza y algún café estrujado por manos heladas. Dentro, todo se prepara: poco a poco los fotógrafos se colocan, los periodistas miran los relojes y Unax Ugalde, tempranero, atraviesa el hall hacia la zona VIP. Las chicas le descubren bajo su sombrero, suspiran, y uno no puede evitar pensar cómo será eso de ser muy, muy, muy guapo. Al rato, ya casi son las siete y media, nos reparten el orden de llegada y una lista con los diseñadores de los diversos atuendos. Entre el Dior de Ernesto Alterio, el Dolce Gabbana de Natalia Verbeke o el Cavalli de Silvia Abascal, ¿qué pinta Gonzalo Suárez y su Loewe?

Comienza el desfile. Juanjo Ballesta, que podría ser un chaval de Vallobín; Barbara Goenaga, de blanco y negro y ahora salivo; Hugo Silva más Alejo Sauras, desmayo de una redactora incluido. El presentador de Noticias Cuatro prepara la conexión, «glamour pasado por agua, pero glamour al fin y al cabo», una y otra vez. Por detrás llega la Pataky, no describo; Álex de la Iglesia, mimetizándose en forma y fondo a Hitchcock; Pepe Viyuela y Tom Fernández, los «campechanos» de la noche en busca de la corbata perdida; esa extraña sencillez de Jorge Drexler. ¿Por qué Yola Berrocal cerró el paseíllo del personal? Misterios insondables.

¿La gala? Igual que como la vieron ustedes en casa. Gran momento punk de Landa que reafirma mi landismo. Coloquen inconexamente estas tres frases y tendrán el discurso de D. Alfredo: «Tengo tanto dentro», «todo se lo debo a mi profesión» y «no sé». Corbacho con los típicos altibajos y, más menos, lo de siempre. A mi lado, Pablo Carbonell mira el vídeo de los fallecidos. ¿A cuántos habrá conocido? La Verdú aparece emocionadisísisisima y los caretos de los reporteros «sonrientes/impostados» le preguntan: «¿Dónde vas a poner el "Goya"?». Sergio Sánchez nos da la alegría asturiana de la noche y se acerca mostrando a su niño-Goya en brazos. No sabe cuándo volverá a Asturias, confiesa: tiene que entregar su nuevo guión cuanto antes. Luego sólo quedan los premios a la espléndida «La soledad» y una calle fría, lluviosa, vacía de vida humana, en la que montones, montones de coches de lujo esperan a las estrellas y a sus circunstancias para llevarlas a fiestas glamourosas. En el triste metro, empapado y sin el calor de los flashes, me consuelo por salud mental: al menos, no tendré que esperar atascos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado la crónica, con un final muy...adecuado.

Edu Galán dijo...

Gracias, salad@! la próxima vez deja el nombre y te invito a algo.